Le retiraron el plato de la mesa. Unos minutos después se encontraba saboreando el postre. Al terminarlo pregunto la hora. Le dijeron que no se preocupara. Tenés tiempo pibe, dijo uno y la voz retumbó como eco insaciable. Ordenó otra porción de la torta glaseada con chocolate. Relajado disfrutó de cada bocado. Había devorado media porción cuando un tipo robusto le tomó bruscamente del brazo. Le miró con una sonrisa tétrica, ominosa. Enseñó sus dientes y, borrando todo mote de complicidad, le dijo que la silla le aguardaba.
Gastón M. Motta
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